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Ella.

  • fdm
  • Jan 3, 2017
  • 3 min read

Tenía los ojos grandes y marrones. Pero sobre todo, infinitos. Llenos de mares y noches en vela, y cuentos que nunca le contaba a nadie. Y canciones que había escuchado alguna tarde en algún rincón del planeta. Y la veías tararearlas, porque ella todo lo decía con los ojos. Hablaba, escuchaba, te mentía y te contaba la verdad. Podías mirar lo que pensaba, y ver sus pensamientos mirarte. Era un inocente libro en blanco, dónde podías escribir lo que quisieras, y un libro de colores para contagiarte y mancharte hasta el fondo de las entrañas. Y viajabas a todos los lugares dónde había viajado, y pisabas sus continentes, y veías las pirámides de Egipto, y te salpicaban las cataratas de Iguazú. Entonces, antes de volver a pestañear, sonaban las campanas de alguna iglesia en Ouro Preto, y notabas que volvía a casa cruzando el puente de Carlos y se acurrucaba delante de la chimenea. Y pasaba un momento apenas, una milésima de segundo, el horrible instante que duraba su parpadeo. Y volvía a llenarte de vida.


Cuándo ibas a hacerle la primera pregunta, ya te lo había contado todo. Y a quién le importa un nombre, una edad, un código de barras. Somos la efímera materia que no puede dejarse por escrito ni en vídeo ni en foto. Es lo que sientes cuando estás con ella. Es la sonrisa que va por dentro de la sonrisa que enseña. O la sonrisa que va por dentro de una mueca triste. Y las lágrimas detrás de cualquier cara. Las que nunca salieron y a algunos les mojan. Entonces, qué me importaba de dónde viniera, dónde quisiera ir. O cuándo. Sólo quería que se quedara conmigo, un rato. Que volviera a inundarme de viajes, de comidas exóticas, de valles y playas, de reliquias perdidas y monumentos olvidados. Que me guiara por la selva y el desierto, por una garganta de la Ruta 40 hasta el glaciar. Y parara a tomarse un vino en Mendoza. Y verle en sus ojos, los ojos de un esquimal, de un indígena amazónico y arder de indignación viendo los de un niño africano cansado, con hambre, que quería un abrazo y un trozo de pan. Y después, que me traiga a casa, que se bañe en el Mediterráneo y pase por el templo de Knossos y me lleve hasta el Coliseo por la Toscana. Que se pare en los Campos Eliseos, y después, nos pierda en una casita de piedra en la Sierra de Granada.


Volvió a parpadear. Se reía a carcajadas, con la boca, además de con los ojos. Y supuse que era para despertarme, para cortar el hechizo, y avisarme que no podía quedarme para siempre en su mirada. Fue cuando le dije que la acompañaba, con los pies, a dónde fuera. Y antes de que me diera las gracias –o dudara, era tarde, era de noche- le dije que de nada. Y evitando volver a perderme entre pestañeo y pestañeo, me puse a caminar hacia Karlsplatz mirando al suelo. Por allí pasan todos los metros. ¿Dónde vas? –me preguntó. –Me vale cualquier lado si me dejas ir contigo –supuse que leyó en mi cara. –Por aquí, anda, vamos caminando. Y pasado Karolinenplatz, Barer strasse se me hizo corta. Nos fuimos contando, con palabras también, cosas irrelevantes, y nos fuimos entendiendo, sin palabras también, las cosas importantes. Para cuando llegamos a Hohenzoller platz ya éramos amigos de toda la vida. Y varios segundos, tal vez meses, sólo horas, quizás días, o semanas después, éramos un poquito más que eso.


Pasado un tiempo, quién sabe cuánto, digamos que poco, ya estaba guardando en mis ojos muchas de aquellas historia que ella tenía. Algunas haciéndolas nuestras, otras haciéndolas mías. Y se me hizo la vista más grande, más profunda, más atenta. Y se me llenó la mirada de cuentos, de anécdotas, de esquinas, de cunetas. De vida. Y a veces, me miro en el espejo del cuarto de baño y veo la barba que tuve en Argentina, y aquellas cuevas talladas en aquel valle de Turquía. O estoy en un globo, o en un barco frente a Manaos. Y siempre, siempre, vuelvo en un tren que pasa por Pest y por Viena, me mancho de barro subiendo a una góndola en Venecia, y acabo bañándome en el Englisher garten antes de acostarme, cansado y contento, en mi casa. Que no sabría decir cuál es. Pero siempre intento que sea dónde estoy ahora.



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"Abrí un blog porque en las redes sociales siempre valía más una imagen."

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