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SÍGUEME

El poeta

El poeta tiene que convencerse primero a sí mismo, convencerse de que no hay trampa en lo que está contando, porque le es moralmente necesario decirle algo a alguien, con esas palabras y en ese lugar. Y eso es mucho más difícil que convencer a los demás. Ahí está el problema de la página en blanco. Imaginémonos por un momento a un vendedor de enciclopedias intentando venderle el producto a otro vendedor de enciclopedias de la misma empresa, alguien que ya se sabe todos los trucos y que está dispuesto a buscar defectos, todos los defectos posibles, para no dejarse engañar. El poeta, el primer lector de sus versos, y el lector que verdaderamente se las sabe todas, se encuentra con este problema. Está a los dos lados de la operación. Depende de una venta muy difícil. La poesía es para mí algo parecido a esas palabras que yo me digo cuando abro la puerta y me encuentro delante de mí mismo y quiero convencerme de que debo dejarme pasar hasta el comedor, oír atentamente mis propias explicaciones, seducirme, ilusionarme con el producto, firmar las letras y acompañarme educadamente hasta la puerta, agradecido conmigo mismo, porque en realidad era una cuestión de vida o muerte y qué casualidad que yo pasara por aquí y tocase el timbre cuando más lo estaba necesitando.

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